20090113

La imagen de mi Madre



El testamento
Autor: Raúl Hasbún Z.

ENCARANDO con lucidez la proximidad de su muerte, Jesús hizo su testamento.

Lo primero que nos dejó fue su cuerpo y su sangre. Adelantándose a la actual cruzada por la donación de órganos, Jesús consignó su expresa voluntad de alimentar a los suyos con el pan de su cuerpo, y vivificarlos con el vino de su sangre. Y no es una sugerencia o recomendación opcional, sino un mandato explícito: "hagan esto en memoria mía".

En seguida nos legó su propia Madre. En la persona de Juan, su discípulo predilecto, que al pie de la cruz representaba a todos los miembros de la Iglesia, Cristo nos confió la preciosa tarea de cuidar a su Madre. Juan obedeció de inmediato, recibiéndola en su casa, o más exactamente, haciendo de ella su morada interior. Lo que Pablo diría y enseñó sobre vivir "en Cristo Jesús", Juan lo anticipó y aseguró viviendo "en María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia".

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A la Madre se le ama y se le respeta.
La imagen de mi madre celestial es símbolo de pureza.
Duele verla deformada por quien no sabe que también es su hijo.
Duele verla deformada en tantas hermanas, que son maltratadas física, verbal o sicológicamente, olvidadas en su vejez, utilizadas en su inocencia, explotadas en sus miedos.

Enseñaba con autoridad



Las palabras de Jesús eran sencillas y claras; brotaban de su experiencia de Dios, de Su vida entregada al Padre.