20090218

"¿Quién soy Yo para ti?"




"Para responder, no vayamos a hacerlo con las respuestas sacadas del cuarto de los tiliches que cada uno llevamos dentro; no podremos responder con las lecciones de catecismo aprendidas en la infancia o en la adolescencia, no podemos responder con los clichés que teníamos entre las cosas que no nos sirven para nada. No podemos responder con conocimientos ciertamente deficientes, incompletos y que no tienen repercusión en la vida, lo mismo que muchas de las medallas, escapularios y rosarios que llevamos colgando al cuello, pero que no nos impiden robar, calumniar y despreciar a los más pobres, a los que no pueden defenderse, a los que no tienen voz porque no tienen medios económicos suficientes como nosotros.
La respuesta que Cristo quiere de nosotros tiene que venir desde el fondo del corazón, y tiene que ser dada con toda nuestra vida, con todo nuestro ser, para que pueda engendrar amor, alegría y servicio desinteresado a los que nos rodean. Amor, en una palabra. Y sólo podremos responder efectivamente si amamos, si no tenemos cerrado el corazón a los demás, de otra manera estaríamos haciéndonos tontos, poniéndonos la máscara de creyentes y cristianos, cuando en el fondo el corazón sigue intocable, egoísta, marchito y quizá muerto para los demás. Hoy es el día de descubrir a Cristo como el Salvador y el que puede mover nuestros corazones para ir logrando un mundo mejor, más humano, más cristiano, menos injusto, menos cerrado a los pobres y a los desprotegidos.
Homilia del Padre Alberto Ramírez Mozqueda

Oración por Ema



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Oración de sanación por un niño enfermo
P. José Luis Aguilar

Amado Señor, tú conoces el corazón de tus hijos, y no te quedas indiferente ante el pobre que te suplica. Tú sabes lo que nos aflige el bienestar de nuestros niños, tu comprendes la preocupación de los papás ante la enfermedad de alguno de sus hijos.

Vengo hoy, como el funcionario real del Evangelio, a pedirte que desciendas y sanes a la niña Ema Velasco Saavedra

Aún desde la preocupación que nos causa su enfermedad, desde el dolor y el desconcierto, si esta enfermedad está dentro de lo que Tú permites, aceptamos este momento como ocasión de purificación, de abandono en tus manos, de ofrecimiento generoso de nuestras vidas.

Aceptamos este momento como una ocasión para unirnos desde el sufrimiento a los dolores de Cristo por la salvación del mundo [Colosenses 1, 24] (Tómese unos minutos y, en calma, que su corazón se una a lo que acaba de decir con sus labios: “con este sufrimiento, me uno, Señor, a tu pasión…”)

Ahora, Señor, a ti que quieres que tengamos vida en abundancia, te pido que por el poder del misterio de tu infancia y tu vida oculta en el hogar de Nazaret, sanes a Ema, a quien Tú conoces y amas. Cuida de su cuerpito y de su alma. Pasa tu mano sanadora sobre ella para que sienta Tu alivio, Tus cuidados y se restablezca prontamente, según Tu voluntad.

Tú, que recibiste los amorosos cuidados de María y José, consuela y reanima a su papá y a su mamá; no dejes que caigan en la desesperación, en la duda, en la depresión, sino que desde su dolor y preocupación recurran a Ti como fuente de verdadera, plena, y duradera sanación del cuerpo y del alma.
Te presentamos el lugar donde se encuentra la niña; reviste ese sitio con tu fuerza y gracia. Aleja de allí todo lo que, material o espiritualmente, puedan ser un obstáculo para la pronta recuperación.
Te presentamos los profesionales médicos que atienden a la niña; revístelos con tu sabiduría, ilumínalos para que logren dar con acierto en el diagnóstico y encuentren la medicación y tratamiento indicado. Tómalos como instrumentos de tu sanación.

María, madre de Jesús y madre nuestra, que con esmero y constancia cuidabas de tu niño, mira el corazón de la madre e infúndele confianza, para que también ella, como tu, pueda ver crecer a su hija en estatura, sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres.

Querido San José, tú que fuiste el protector de la Sagrada Familia, y la defendiste de todos los peligros y hasta de la muerte segura en la persecución de Herodes, te presento al papá de esta criatura; intercede ante tu amado Hijo Jesús, para que logre mantenerse fuerte aún en el dolor y la preocupación. Que logre conseguir los medios necesarios para la buena atención de su hija. Ayúdalo a no decaer y a mantenerse lúcido a la voluntad de Dios.

Señor, tu dijiste que creyéramos que ya hemos obtenido lo que te pedimos con fe en oración, ahora levanto mi voz y mis brazos para darte gracias por la salud que recibirá esta niña por el poder de tu amor que escucha esta oración confiada. Reconocemos que ya estás actuando y sanando. Como el funcionario del Evangelio, nosotros también reconoceremos que es en este mismo momento que estás restableciendo salud y bienestar. Te alabo en fe. Te reconozco Señor y Salvador de nuestras vidas; sin ti estamos perdidos. Te amamos Señor y reconocemos tu grandeza. A ti la gloria por los siglos sin fin.
Amén.

(Padrenuestro, Ave María, Gloria)

Oración

Señor, que yo vea...



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Las palabras de Cristo y de Pablo arrojan una luz particular para el mundo de hoy. Es una situación que se repite. Los sabios y los inteligentes se quedan alejados de la fe, con frecuencia ven con pena a la muchedumbre de los creyentes que reza, que cree en los milagros, que se agrupa alrededor del Padre Pío. Aunque a decir verdad no son todos los doctos, y quizá ni siquiera la mayoría, pero ciertamente es la parte más influyente, que tiene a disposición los micrófonos más potentes, la chatting society, como se dice en inglés, la sociedad que tiene acceso a los grandes medios de comunicación.

Muchos de ellos son personas honestas y sumamente inteligentes y su posición se debe a la formación, al ambiente, a experiencias de vida, y no tanto a una resistencia ante la verdad. Por tanto, no se trata de emitir un juicio sobre estas personas con nombres y apellidos. Yo mismo conozco a algunas de ellas y les tengo una gran estima. Pero esto no debe impedirnos descubrir el núcleo del problema. La cerrazón a toda revelación de lo alto, y por tanto a la fe, no es causada por la inteligencia, sino por el orgullo. Un orgullo particular que consiste en el rechazo de toda dependencia y en la reivindicación de una autonomía absoluta por parte del pensador.

Homilía del Padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap.,
predicador de la Casa Pontificia


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